TEMPLARIOS EN EL REINO DE SEVILLA

Por: Jose Manuel García Bautista

Las historias de medievales de grandes hitos y aún más valor, cargadas de romanticismo y tesoros, de nobles valores y mayores empresas siempre han causado una gran admiración y atención de aquellos quienes se han atrevido a profundizar levemente en tan histórico tema. Sobresale de entre todos ellos una orden, poderosa orden, que desatacaba de entre todas. Eran los Caballeros Templarios o la también llamada Orden del Temple.

La Orden del Temple nació en Jerusalén, en el 1118 al abrigo de nueve caballeros franceses, entre ellos destacaba la carismática figura de Hugo de Payens. Orden guerrera y militar, pese a todo, cuyo lema era: «Sigillum Militum Xristi» o lo que es lo mismo: «El sello de los soldados de Cristo», y lo representaban dos caballeros a lomos del mismo corcel. Llamada inicialmente como Orden de los Pobres Caballeros de Cristo comúnmente era llamados Caballeros del Templo de Salomón y posteriormente Caballeros Templarios.

La protección de los caminos de Jerusalén, e implícitamente la conquista de los lugares donde tradicionalmente se atribuyen la Pasión de Cristo, eran los objetivos principales de la cristiandad en aquella época. Por ellos los diferentes papados no olvidaron el papel relevante que en ello jugaron tanto las Cruzadas como las órdenes militares surgidas para este fin. Así es como Urbano II, que ostentaba el trono de Pedro –el papado–, convoca la Primera Cruzada, que conquista la ciudad santa en 1099. Junto a ella pasarían a dominación cristiana Edesa, Trípoli y Antioquía. Y en Jerusalén es Balduino I, en el año 1100, quien se proclama rey. El nuevo rey y parte de sus caballeros se quedan a defender los Santos Lugares y a sus peregrinos, con él los nueve caballeros que fundan la Orden del Temple, gozando estos de los favores reales. Tanto fue el valor y la ayuda prestada por la incipiente Orden que el Patriarca de Jerusalén fue la primera autoridad de la Iglesia que aprobó canónicamente la orden.

Su indumentaria pasaría entonces a ser temida y respetada. Era característico su manto blanco, que simbolizaba la inocencia y la pureza y sobre él, destacando, una cruz paté roja que simbolizaba su promesa y su martirio. Recaudaron numerosas donaciones por toda Europa y en su primera promoción ya eran más de 300 caballeros templarios. El propio San Bernardo de Claraval apoyó fervientemente los ideales de la orden ante noblezas europeas y ensalzó los valores e ideales de la orden.

La fuente de financiación siempre fue un motivo de preocupación para los caballeros templarios, sin embargo las donaciones, favores reales, bulas papales y nobles que se iban anexionando a la causa templaria hicieron que se formara un auténtico sistema socioeconómico. No sólo gozaban de una increíble salud económica, sino que además se permitían el lujo de ser prestamistas y banqueros de otras órdenes, causas militares, reales y papales.

No todo eran parabienes, y el empuje de Saladino les hace perder Jerusalén. En 1244 retroceden y establecen su nueva base en San Juan de Acre, con las también órdenes religioso-militares de los Hospitalarios y los Caballeros Teutónicos.

Comenzaron no obstante los tiempos más difíciles de la Orden del Temple. Tras varias cruzadas ya no interesaban tanto los santos lugares y su Gran Maestre, Jacques de Molay, se afanaba en convencer a los monarcas europeos de la necesidad de las funciones de estas órdenes militares entre otros temas socio-político-económicos. El declive comenzó justo cuando el rey de Francia, Felipe IV, el Hermoso (que no lo era tanto) descubre que el agujero económico que había contraído era muy superior a lo que podía pagar, sobre todo tras el rescate que debió pagar para liberar a su abuelo Luis IX, que había caído en manos musulmanas en la VII Cruzada. Así, se las ingenió para convencer al papa Clemente V, máxima autoridad sobre los Templarios, para que iniciase un proceso contra ellos. Como hechos denunciables se les acusó de sacrilegio contra la cruz, herejía, sodomía y adoración de ídolos paganos como Baphomet, que para muchos no será más que el rostro de la Sábana Santa… Con Felipe IV y el Papa Clemente V se encontrarían haciendo frente común contra la orden templaria personalidades como el canciller del reino, Guillermo de Nogaret, el Inquisidor General de Francia, Guillermo Imberto o de París y Eguerrand de Marigny, quien se apoderará y administrará todo el tesoro del Temple en nombre del Rey.

El 13 de octubre de 1307, el último Gran Maestre de la Orden del Temple y 140 caballeros fueron apresados y encarcelados, bajo tortura se declararon culpables y condenados a muerte. El 18 de marzo de 1314 era quemado en la pila inquisitorial tras uno de los procesos más sucios e interesados de la Historia. De nada sirvió que muchos caballeros se retractaran de su confesión tras haberla realizado después de ser torturados. Jacques de Molay, junto a Geoffroy de Charnay y sus últimos caballeros fueron quemados vivos frente a la catedral de Notre Dame proclamando su inocencia y, misteriosamente, lanzando esta maldición a sus acusadores: «Malditos, seréis todos malditos, hasta la decimotercera generación»… Poco tiempo después de lanzar la misma, el 29 de noviembre de 1314 fallecía en Fontainebleau el capeto Felipe IV. El manipulable Clemente V lo hizo meses antes, en Avignon, un 20 de abril de 1314… La maldición se había cumplido.

Algunos caballeros templarios pudieron huir desde el puerto de La Rochelle a otras zonas seguras en las que gozarían de mayor protección, incluso se apunta que con ellos se habrían llevado parte de los fabulosos tesoros templarios de los que tan poco se conoce y tanto se ha fabulado.

Aquellos templarios huidos pasaron a diferentes zonas de la vieja Europa, en España ya estaban asentados desde el 1130. En 1134 Alfonso I de Aragón lega en su testamento su reino a la Orden del Temple, aunque finalmente la corona de Aragón pasaría a Ramiro II. Pese a todo los templarios colaboran denodadamente en la Reconquista y en 1143 reciben como recompensa los castillos y tierras de Monzón, Mongay, Chalamera, Barberá, Remolins y Corbíns, junto con la honor de Lope Sanz de Belchite. Tortosa y Lérida llegan a manos templarias en 1148 y en 1153 Miravet. Su importancia para la corona de Aragón fue sumamente importante y sus lazos con otros reinos españoles serían cada vez más estrechos y evidente.

En Castilla repoblaron las zonas conquistadas y lucharon junto a los reinos de Castilla, Navarra y Aragón en la batalla de Las Navas de Tolosa en el 1212. Quizás su plaza más importante fuera la de Jerez de los Caballeros, en Badajoz (Extremadura), plaza recibida como agradecimiento por la ayuda prestada durante la conquista de Murcia en 1265, además del castillo de Murcia y Caravaca. En Jerez de los Caballeros encontramos la historia que dice que tras el proceso contra l Orden del Temple los templarios resistieron y en la lucha murieron degollados todos los caballeros y a su torre de la llamó como la «Torre Sangrienta», uno de los baluartes de la muralla de la ciudad templaria. Habría que añadir que a la desaparición de los templarios en la península ibérica dio lugar a la inmediata y extraña aparición de órdenes no prohibidas como la Orden de los Frates de Cáceres, Montesa, Calatrava o de Alcántara…

El jueves 25 de octubre de 2007, responsables del Archivo Vaticano publicaron el documento Processus contra Templarios, que recopila el Pergamino de Chinon, o las actas de exculpación del Vaticano a la Orden del Temple. Los documentos que usó el Tribunal Papal para condenar a los templarios se hallan en el denominado Archivo Secreto del Vaticano. En el año 2001, la investigadora Bárbara Frale hizo una trascendental revelación que demostraba que Clemente V no creía culpables de las acusaciones realizadas a la Orden del Temple. Su Gran Maestre, junto al resto de los caballeros procesados, fueron absueltos por el Papa Clemente V. Jamás se disolvió, papalmente, al Temple sino que quedaron temporalmente suspendidos. Clemente V renegó del rey de Francia contra el Temple. Aborreció las confesiones falsas obtenidas bajo torturas a los caballeros del Temple.

Mucho se habló sobre la hermandad del Temple y si sus tentáculos llegaron a la ciudad de Sevilla. Una orden tan poderosa como la Templaria evidenció ese poderío en toda la cristiandad e incluso hoy se duda de aquel deshonesto proceso que le llevó a su persecución y extinción.

En las afueras de nuestra ciudad se encuentra la antigua dehesa de El Molar o la bella población de Los Molares. Separan a sevillanos y molareños unos 40 kilómetros. Su origen hemos de encontrarlo en el neolítico, allá por el 4000 a.C. Bajo el reinado de Fernando IV se construye el castillo de Los Molares como premio a la heroicidad durante la Reconquista de Lope Gutiérrez de Toledo en el sitio de Algeciras en 1309. En años posteriores, la villa molareña pasa a los Duques de Alcalá y con posterioridad se suma al ducado de Medinaceli. Entre los años 1569 y 1584 es gobernador del castillo y juez principal el poeta sevillano Baltasar de Alcázar. Si pasea por este bello marco de la provincia no deje de visitar sus viejos dólmenes, el de la Cañada Real y el de Palomar, son los vestigios de épocas muy pretéritas de la historia de Andalucía.

Durante el periodo de la Reconquista en Sevilla, fue el rey Fernando III el encargado de devolver esta zona al sendero de la cristiandad mediante el príncipe Alonso. Es precisamente en el Libro del Repartimiento de Sevilla donde figura la donación de la villa a los templarios en Goçin: «E dio a la orden del Temple doscientas arrancadas en Goçin, que es término de Facialcaçar» (El Repartimiento de Sevilla, Julio González, Ayuntamiento de Sevilla). Así pues, los templarios no sólo llegaron a Sevilla sino que también dispusieron de propiedades y villas en la provincia. Tras la desaparición o «extinción» de la Orden del Temple el lugar es donado a Lope de Gutiérrez.

Pero los templarios lucharon codo con codo con el rey santo, con Fernando III, por arrebatar a la vieja Híspalis del dominio musulmán. Tal es así que se tiene documentada la muerte del Caballero Templario Martim Martins, maestre de la Orden que formaba junto a las tropas del infante Alfonso de Molina, vástago de Alfonso IX de León, ordenada su inclusión por la Orden que tenía más peso en el reino de León. La ciudad cae ante el empuje y la voluntad cristiana, con algo de suerte o de milagro en la batalla, y con el reparto de la misma en collaciones entre los distinguidos en la Reconquista a los templarios se les otorga varias casas en la Pajarería, perteneciente a la collación de Santa María –hoy Iglesia de El Salvador–. Así, los templarios ven recompensado su valor en las batallas con una serie de terrenos entre la huerta de San Francisco, que hoy si paseamos por el centro de la ciudad conocemos como Plaza de San Francisco y Plaza Nueva junto a la Casa Grande –el Ayuntamiento– de esta ciudad y la muralla junto a la Puerta del barrio de El Arenal en las cercanías de la calle Arfe, calle Zaragoza, plaza del Molviedro y calle Adriano. Tenían iglesias donde realizar sus oraciones, de hecho se cree que en el Hospital de la Caridad, en una capilla dedicada a San Jorge, en el interior de esta iglesia aún se encuentra el lema: «Non nobis, Domine, non nobis, sed Nomini tuo da gloriam» («No para nosotros, Señor, no para nosotros sino en Tu Nombre danos Gloria»), ¿recuerdan? La pequeña iglesia sería luego demolida por orden de Miguel de Mañara para construir la actual iglesia de la Caridad. Los caballeros templarios rendían obediencia y lealtad al Papa, tenían orden organizada dentro de la ciudad y en el 1310 se ven despojados de sus posesiones con la citación para acudir a Medina del Campo en la provincia de Valladolid para iniciar así el proceso a la Orden Templaria y su extinción posterior. Todas sus posesiones pasaron a ser propiedad del cabildo de la catedral de Sevilla.

Históricamente la Orden Templaria gozó de privilegios reales en la Sevilla de la época, se les concede hasta 19 de estos e incluso al obispo Remondo se le atribuye el ser parte y caballero de la orden hasta el momento de su muerte, teniendo éste un gran peso durante el reinado de Fernando III. Incluso en su tumba viste indumentaria templaria, todo un síntoma, se encuentra rodeado de monjes de la orden y sobre él, es su cabecera una Virgen negra. ¿Alguien podría a estas alturas negar lo evidente? Si paseamos por otras iglesias y templos sevillanos, permítanme un juego, fíjese en sus columnas y busque las cruces típicas de la Orden de los Caballeros Templarios, le garantizo que las encontrará.