EL ENIGMA DE LA RÁBIDA
Por: Jose Manuel García Bautista
A lo largo de toda Andalucía encontramos lugares marcados por la Historia y lugares marcados por un aura especial, mágico, místico y misterioso. Uno de esos lugares es el emblemático monasterio de La Rábida, en Huelva.
Fue el lugar al que llamó el Almirante Cristóbal Colón cuando llegó a España pidiendo ayuda, y fue allí donde se le tendió una mano amiga y mucho apoyo por parte de los hermanos del monasterio de Santa María de La Rábida.
No obstante su historia va más allá, cuando los fenicios se asentaron en la zona y llamaron al lugar como Rus Baal, allí ubicaron un templo a uno de los dioses de Tiro donde se le realizaban ofrendas y sacrificios humanos.
Así el nombre de La Rábida podría ser una derivación de su antigua denominación, me explico, los fenicios tenía a su dios Señor que se llamaba Adón, a su diosa o Señora llamada Baalad y Rabbad, así de ésta última vendría La Rábida, aunque esta es discutida por los expertos que no llegan a ponerse de acuerdo al respecto pues de aquel templo ya no queda ningún vestigio en la actualidad.
Si se puede leer en el Códice de La Rábida, del siglo XVIII (1714) que allí, en aquel mismo lugar, en el siglo II, gobernando el emperador Trajano, se erigió un templo dedicado a Proserpina y que ocuparía el lugar del otrora fenicio.
Proserpina era la diosa del infierno –lo cual entroncaría con los sacrificios humanos del lugar-, que era hija de Júpiter y Ceres, y la esposa de Plutón.
Caro Rodrigo escribía al respecto: “Antigüedades y Principado de la Ilustrísima Ciudad de Sevilla y Chorographia de su conventos jurídico o antigua Chancillería: Levántase allí un alto collado del infierno a la diosa consagrada y es rico templo una escondida cueva, cuyo ciego umbral no hay quién se atreva a penetrar, que en torno a la rodea, la laguna difícil Etrefea…”
Así allí se sacrificaban doncellas para calmar la ira de los dioses, al borde del Atlántico, allá cuyos límites no se debían traspasar bajo pena de despertar al dios de las aguas y hacer zozobrar embarcaciones y aniquilar tripulaciones.
En torno a todo ello surge una leyenda que nos dice que en tiempos de Roma la zona padeció una terrible epidemia que hicieron más habituales los sacrificios en La Rábida. En el mismo códice se habla de cómo un rayo partió el altar de la diosa, que fue entendido como apocalíptico y que, tiempo después, sería consagrado por Ciriaco a la Madre de Dios, a María.
Si seguimos rastreando su Historia secreta llegamos a La Rábida como morabito o fortaleza, llamada Rábhita, Alfonso Jiménez Martín decía: “Hemos de suponer que en el mismo solar de La Rábida, o en sus inmediaciones, existió un ribat, convento fortificado musulmán, en el que una comunidad de monjes-soldados ligados al servicio por el cumplimiento de una promesa, vigilaban los puntos estratégicos de la costa…” y de Rábhita derivaría La Rábida. Quién sabe si, también, haciéndose eco de aquella antigua denominación fenicia.
Finalmente son los caballeros de la Orden del Temple quienes se relacionan con el monasterio. Antes de que éste existiera como tal había un convento en el lugar que fue usado como punto de defensa contra los musulmanes. Así se relaciona a los Templarios con la construcción del mismo hacia el año 1200 y donde permanecerían 21 años cuando lo entregaron a la orden de San Francisco. Otra teoría nos habla que se llegó allí en 1257 cuando se creó el Convento de los Pobres Caballeros de Cristo en virtud de una donación real y derecho de conquista. Estuvo allí hasta el siglo XIV, pero es sólo otra hipótesis sobre su misteriosa Historia.
La Virgen de los Milagros es la patrona del monasterio, aunque se la conoce como Santa María de La Rábida, patrona de Palos de Frontera a su vez. Su nombre es derivado de los muchos milagros que, se cuentan, ha realizado sobre los marineros, enfermos y ataque de piratas. Sea como fuere a ella le rezaron los marineros de Cristóbal Colón antes de partir hacia una aventura increíble al Nuevo Mundo.
El Descubrimiento de América, teniendo aquí su punto inicial, le da el impulso final a ser históricamente conocido si bien es verdad que las leyendas sobre su origen y su marca como lugar de poder lo han hecho tan enigmático como insondable.